Editorial

6 de marzo de 1845

Hoy, a los 180 años de la Revolución Marcista, debemos reflexionar si hemos aprendido a no repetir las mismas condiciones negativas en contra de la libertad y de la democracia que llevaron a esa gesta de los guayaquileños. Porque el 6 de marzo de 1845 fue una revolución contra el caudillismo y autoritarismo del General Juan José Flores, quien había gobernado por 17 años, dos antes de separarnos de la la Gran Colombia y quince como República desde 1830 y que pretendía seguir en el poder con la Constitución de 1843, dictada a su medida. Al punto que fue denominada como la «la Carta de la Esclavitud».

Hoy, Ecuador continúa discutiendo si debemos o no defender la democracia al vivir situaciones similares en lo político, económico y social que aún no se han podido superar a pesar de casi cumplir 200 años de República en el próximo año 2030.

La revolución del 6 de marzo es considerada por varios historiadores como la primera revolución auténtica de los ecuatorianos que lucharon por el principio de la autonomía nacional que logró extinguir la opresión del militarismo extranjero que por quince años (1830-1845), se mantuvo en el poder luego de que Ecuador se separó de la Gran Colombia. Opresión que impuso su hegemonía de tipo caudillista y arbitrario provocando una crisis de valores en la colectividad, a más de comprometer seriamente el desenvolvimiento económico del país. Tal como sucede hoy cuando se han perdido los valores democráticos y en que se ha dado la profundización de la violencia.

La Revolución Marcista, llamada también Nacionalista, fue la reacción de los guayaquileños contra los atropellos y abusos del Gral. Juan José Flores -en el poder por 17 años, desde 1828 hasta 1945-, quien por medio de la «Carta de Esclavitud» de 1843 gobernaba al país con facultades casi dictatoriales y con la posibilidad de entronizarse en el poder de manera indefinida.

Historiadores como Carlos de la Torre Reyes, Francisco Aguirre Abad y Piedad Peñaherrera de Costales coinciden en calificar al 6 de marzo de 1845 como una gesta que nos dio la verdadera libertad.

Carlos de la Torre escribe que «La primera revolución auténtica que surge en la vida republicana del Ecuador es, indudablemente, la del 6 marzo de 1845. Por su contenido y proyecciones rebasaba los estrechos límites del simple cuartelazo o golpe de estado. Constituye el principio de la autonomía nacional. Extinguió la opresión del militarismo extranjero que, a lo largo de quince años, impuso su hegemonía de tipo caudillista y arbitrario provocando una crisis de valores en la colectividad, a más de comprometer seriamente el desenvolvimiento económico del país».

Era tanta la indignación de los guayaquileños que rechazaban el militarismo extranjero que ejercía su poder e influencia en todo el territorio ecuatoriano. De los quince generales que tenía la República, sólo tres eran nacionales. Es decir, que sólo se cambió de dominio de España a Venezuela.

Por último y para colmo de males, una ola de indignación se desató en todo el Ecuador cuando el gobierno decretó el cobro de un impuesto de 3 pesos y medio a todo varón comprendido entre los veintidós y cincuenta y cinco años de edad.

Efectivamente, la Revolución Marcista, llamada también Nacionalista, fue la reacción que tuvo el pueblo guayaquileño contra los atropellos y abusos del Gral. Juan José Flores -en el poder desde 1828-, quien por medio de la «Carta de Esclavitud» de 1843 gobernaba al país con facultades casi dictatoriales y con la posibilidad de entronizarse en el Poder de manera indefinida.

La historia registra al Gobierno Provisional integrado por José Joaquín de Olmedo, Vicente Ramón Roca y Diego Noboa: tres guayaquileños en representación de los antiguos departamentos de Quito, Guayaquil y Cuenca, respectivamente, y que debían gobernar hasta la instauración de una nueva Convención Nacional, destinada a reorganizar la República. «El Gobierno Provisorio nombró al Gral. Antonio Elizalde como General en Jefe del Ejército y, bajo la inspiración de Olmedo impuso los nuevos símbolos patrios -escudo y bandera- con los colores celeste y blanco de Guayaquil.

A partir de ese gesto, y luego de algunas confrontaciones armadas, en la Hacienda «La Elvira», propiedad de Flores en donde se habían atrincherado hasta que fueron sometidos y llevados a firmar el «Tratado de La Virginia», propiedad de Olmedo con el que se puso fin a la dominación floreana y se dio inicio al período «Marcista».

Una vez más, el patriotismo y el sacrificio guayaquileño habían salvado a la República. Espíritu que debe resurgir si aspiramos a recuperar la razón en nuestro país.

EDITORIAL DE 92.5 FOREVER RADIO

JUEVES 6 DE MARZO DE 2025 Por Washington Delgado L.

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